¿Qué cantará mi hija?

Por: Elaine Díaz Rodríguez (especial para BloggersCuba)

Una niña. De ojos negros y pelo largo. Quisiera que fuéramos amigas. Hasta que llegue la adolescencia y desconfíe de todo lo que le rodea y comience a verme como su enemiga. No importa. Todo lo que haga será perdonado. Es lo que hacen normalmente los padres. Un día, ya con veintitantos años, se despertará y volveremos a reír y a cantar juntas añorando la infancia. Quizás ya no exista “Barquito de papel”, ni el “Día de paseo en que una señora rompió con su sombrero una farola”… Ahora que lo pienso, no sé qué cantará mi hija.

Le hablaré mientras crezca de Teresita Fernández y de Liuba. De mi mano conocerá a Estela, aquel travieso granito de canela; a Patato, el perro sato, al Dibu argentino que me enamoró en plena adolescencia y a la palangana vieja donde estaba guardado el cocuyo.

Quizás le cuente de aquellos lunes donde al compás de un tic tac tic tac llegaban Alegrina y Tristolino porque “ya era la hora de cantar”. Le hablaré del Sol y de aquel concurso que esperábamos durante todo el año. De las salas abarrotadas del Karl Marx para ver desfilar a aquellos niños que tenían en común la magia de sus voces. Reiré mientras describa el chivirico rico con melao, el perrito de Yanet y sus angustias, o a aquella muchachita que de pronto “la palabra se le fue de la cabeza”.

Recorreré junto a ella la melodía de un Blanco y Negro no que marcó generaciones. Le diré que “el mundo cambió” y “ya la vida no es un sueño ideal”. Coincidiremos seguramente en que “canten los niños que vivan en paz y aquellos que sufran dolor”. Puede que hasta nos quedemos dormidas contando las estrellas en el techo de una casa lejos de la ciudad y recordando a aquel “papá de noche, a su lechuza que habla y a la flor de papel”.

Un día, con mucha rabia, le hablaré de como odiaba a Caín Caín, “príncipe de la bulla”, o de cómo me mareaba de dar vueltas y vueltas los miércoles. Quizás hasta se ría cuando le describa a Willy Pilly jugando al matandile. Le contaré del miedo que sentía cuando escuchaba aquello de “Pero que aburrido es, ser un primitivo…” y de las pesadillas que tenía tras ver a esos hombres vestidos con taparrabos en una simulación de cueva antigua. Sentiré una carcajada por los miedos tontos de la infancia de su madre. Y me abrazará hasta quedar rendidas.

Mi niña no estará en una caja de cristal. No conocerá los misterios de mi infancia. Crecerá con sus propios fantasmas y quizás un día regrese al techo a contar estrellas con una pequeña de su mano. La historia podrá ser diferente en este caso. Quizás a mi nieta le hablen de la muerte del Insurrecto y de bailarinas del VIP.

Mi nieta observará asombrada los diferentes usos de la “gasolina” y gritará a toda voz: Insu, dale sin susto! Si tiene algo de suerte, puede que vea alguna foto de Liuba en un periódico desgastado por los años. Mi nieta, en ese momento, mirará seriamente a su madre y le preguntará quién era aquella Estela, “granito de canela, que no quería caer en la cazuela”.