Fe

La culpa es del New York Times, que le llena la cabeza a uno de porquerías. El New York Times se ha convertido en las últimas semanas en la telenovela de los intelectuales cubanos. Y no le echemos la culpa al periódico, seamos honestos, nosotros tenemos tremendas ganas de creer. Como teníamos tremendas ganas de creer en 2008 cuando un candidato negro estaba a punto de alcanzar la Casa Blanca. Y no fue que Obama nos falló, en todo caso le falló a su gente, que no es nuestra gente, sino que nosotros teníamos una necesidad desesperada de confiar en él, porque ya no quedaba mucho más o porque la agonía se extendía demasiado.

Con el NYT nos pasa lo mismo. Con cinco editoriales queremos que se solucione el problema de las relaciones bilaterales entre dos países cuyos gobiernos juegan a presionarse arrogantemente sin importar costo humano alguno. Y pasa que ya perdimos la fe en el candidato presidencial de 2008 y que tampoco nos queda mucha en su contraparte cubana y entonces decidimos buscar un tercer sitio, un sitio que no parezca tan minúsculo como once millones de voces gritando al unísono desde una isla ridículamente larga y flaca que es tiempo de parar porque las despedidas duelen y nos desgarramos entre aviones y balsas.

Y por culpa del New York Times o del frío de Boston, que es más o menos lo mismo cuando de extremos en mi vida se trata, se me ocurre pensar que esta vez sí que va a cambiar todo. Entre tanta brujería cubana y catolicismo y ateísmo uno termina con una caldosa de incertidumbres y ninguna certeza y de pronto comienzas a creer que estás acá por algo – por algo más, quiero decir – y que quizás ese algo es la utopía. Pero entonces recuerdas que no puedes confiar en los candidatos presidenciales ni en los medios de comunicación porque ambos son iguales. Mienten.

Pones tu fe en algo más inofensivo y terco. Un pájaro. Y resulta que los pájaros en Cambridge son adictos a estrellarse contra las ventanas en los días de frío. Y no hay mucha gente que salga en ropa de dormir a recoger al pájaro y a tratar de curarle las heridas, pero tú lo haces. Buscas en Internet cómo se salva a un pájaro suicida. Lo pones en la caja, lo tapas con algodón, apagas la luz, bajas la voz. Y justo cuando crees que está listo para volar el dichoso pájaro se muere. Pero el pájaro no se puede morir, entiendes?, porque la escena tiene un simbolismo que los paleros y católicos interpretarían de igual manera: la cosa está jodida.

Ningún pájaro, por terco que sea, puede tener tantas ganas de morirse. Y llega Lenier, con sus ganas de una Cuba Posible, y se estrella otro pájaro contra tu ventana, y tú le dices que hay que salvarlo, «porque nosotros, L, somos cubanos y ese pájaro es americano y esto tiene una magia de pinga…» Y Lenier te hace caso, porque él también necesita creer. La escena es tan ridícula que casi causa risa sino fuera por la gravedad que le pones mientras armas la caja, la rellenas con algodón, apagas las luces, bajas la voz, te vas a la calle y te olvidas del pájaro.

El problema es cuando regresas. El problema es cuando enciendes la luz y subes la voz y el pájaro sale volando de la caja. «A este sí lo salvamos». Pero tú sabes que no es tan sencillo. Que no basta con ganar las elecciones. Que no basta con cinco editoriales. El dichoso pájaro tiene que volar fuera de la casa. Y tú no quieres que se vaya porque tienes miedo de que se muera como el anterior. Y el pájaro tampoco quiere salir. Y te quedas en el sofá, apagas la luz, bajas la voz y el pájaro se queda quieto, cerca del techo, inalcanzable, demasiado americano el muy pájaro.

Enciendes de nuevo la luz, el pájaro está cerca. Lo coges fuerte con las dos manos y él trata de salirse. «Te vas a dañar las alas, so comemierda», le gritas. Y pierde muchas plumas. Tienes la casa llena de plumas y el pájaro está afuera caminando. No vuela. «Este también se quiere morir, L». Y L sale en short y pullover y sin chancletas bajo cero grados. Se acerca lentamente. Tú vuelves a pensar en los cinco editoriales y tienes muchas ganas de creer, como en 2008. Casi sin darte cuenta el pájaro deja de caminar.

Vuela.