A los candidatos de 2018, con amor de 2010

En el año 2010 no estaba de moda postularse a delegado a la Asamblea Municipal del Poder Popular básicamente porque nadie, o casi nadie, creía en la capacidad transformadora de esa estructura, o en las posibilidades de gestión de los delegados. La diferencia entre la teoría y la práctica, las leyes y la manera en que se ponen en vigor, el dicho y el hecho, es tan gigantesca en Cuba que muchos se saltaron los manuales y redujeron a los delegados a la simple función de ineficientes tramitadores de quejas. Gestores del “no se puede”, “no hay recursos”, “no es el momento apropiado”.

El gobierno, el de arriba, no el que se asienta sobre el municipio o sobre la provincia, sino el que rige los destinos de la nación, tampoco necesitaba desplegar muchos esfuerzos para desacreditar candidatos. En las últimas elecciones apenas tres opositores se presentaron. Ninguno ganó. Pero obtuvieron los votos suficientes como para sacudir la adormecida conciencia de que la estructura municipal había sido descuidada y que ese único espacio de democracia directa y secreta podría convertirse en un boomerang a imagen y semejanza de las últimas elecciones parlamentarias de Venezuela.

Las organizaciones gubernamentales y no gubernamentales internacionales, los sospechosos habituales, siempre tan atentos al buen funcionamiento de las estructuras del gobierno cubano, al cumplimiento de la ley donde existe y al establecimiento de nuevas leyes cuando no existen, siempre tan prestos a emitir informes, condenas, denuncias y etcétera en cualquier foro internacional de ocasión, comenzaron a ampliar o establecer los financiamientos hacia posibles candidatos de unas elecciones en 2018. Con las fuerzas alineadas de esta manera brutal, en el medio quedaron los de siempre: los ciudadanos cubanos.

Si en 2010 era extremadamente fácil ser nominado como candidato y ganar unas elecciones, en 2018 se avecina una guerra donde vale casi todo. Arrestos arbitrarios, biografías manipuladas, cartas de advertencia, videos y más videos y más videos en centros de trabajo y estudios para advertir a los indefensos estudiantes y trabajadores cubanos del peligroso enemigo que los acecha: el candidato opositor. Nunca se les dirá que su voto, esta vez, sí puede significar algo.

Solamente en un descuidado 2010 hubiera podido ser yo delegada a la Asamblea Municipal del Poder Popular. Y solamente en 2010 hubiera tenido la suficiente dosis de ingenuidad como para creer que por ese camino se llegaba a la Asamblea Nacional, objetivo fundamental de asumir semejante responsabilidad. Una revisión rápida de las leyes indica que el 50 % de la Asamblea Nacional está compuesta por delegados a las asambleas municipales y si quería que otras voces llegaran al Palacio de las Convenciones debía que insertarme en el entorno de lo posible. El otro 50 %, el de los representantes de las organizaciones de masas, lo sabía imposible. ¿Cuántos ministros, rectores, directores, subdirectores de esas organizaciones son diputados en Cuba? ¿Cuántos trabajadores de ministerios, profesores, obreros? Si revisan las estadísticas y las biografías, hay demasiado jefe y muy poco subordinado en la Asamblea Nacional. La única posibilidad de llegar como subordinada de menos de 25 años era apostándole a ese 50 % municipal.

Un candidato lo suficientemente bueno en 2010, al menos para los vecinos de mi circunscripción, era alguien que fuera conocido por los vecinos, no por todos, solo los necesarios como para dar fe ante otros vecinos de la existencia física de esa persona. Trabajar era un valor añadido. Ser periodista ayudaba en los cuchicheos del barrio. La gente suele creer que los periodistas son mejores tramitadores de quejas que el resto de las personas. Me nominaron en la asamblea de mi barrio y luego, cuando casi nadie más quiso, me nominaron en otra, y otra, y otra, de barrios a donde nunca había llegado. Casi en la última alguien dijo que se necesitaba otro nombre porque a ese paso terminaba yo compitiendo en las elecciones contra mí misma. Y apareció el otro candidato.

La foto y la biografía se hicieron en tiempo récord. Y mi arrepentimiento llegó también en tiempo récord. Quince días antes de las elecciones mi abnegada familia tocó casi todas las puertas del barrio y suplicó que no votaran por mí. Me cercioré de que al menos ellos habían marcado la casilla del otro candidato. Dijeron que sí. Mi abuelo calló. Sabía que él votaría por mí y, de algún modo, yo lo perdonaba. Pero mi familia es pésima haciendo contracampaña. No fueron tan eficientes como aquellos que alteraron las biografías de los tres candidatos opositores y gané las elecciones. Ganar unas elecciones a la Asamblea Municipal del Poder Popular en Cuba es tan fácil que aburre. Ser delegado, no. Tenía la mirada tan pendiente en la Asamblea Nacional que me tomó por sorpresa todo el cambio que se podía generar a nivel local. Estaba tan concentrada en romper el esquema de la unanimidad nacional que casi se me pasa la diversidad local.

Aquellos que se presenten ante sus comunidades en 2018 con la única intención de alterar la unanimidad nacional estarán perdiendo su tiempo. Las probabilidades de que un candidato incómodo sobrepase el celo de las comisiones de candidatura locales son bajas. Que sobrepase el celo de las comisiones de candidatura provinciales y nacionales son nulas. Cero. Vacío. No existen. No estará en la boleta. No habrá voto único para un candidato incómodo. El sistema está diseñado para que las comisiones de candidatura premien la obediencia. A menos que. Sea un simulador.

Pero hay formas de sacudir a la Asamblea Nacional sin ser parte de ella. Y ahí es donde está el espacio de incidencia social y política de los delegados a la Asamblea Municipal del Poder Popular. Los delegados pueden fiscalizar y controlar todas las administraciones públicas de su municipio. En 2010, el foco de delirio de mis electores era la panadería. Pocas veces vi tanto miedo en la mirada de un ser humano como aquella tarde de septiembre cuando el administrador supo que íbamos a pasar por allí, que entraríamos, que revisaríamos los sacos de harina y las cocinas a ver de dónde salía tanta cucaracha. Los delegados pueden obstruir divisiones político-administrativas injustas. Pocas veces vi tanto temor como cuando doce delegados defendieron el derecho de Campo Florido a quedarse en la provincia La Habana y no pasar a Mayabeque. No importa que después fueran convenciendo a uno por uno para que traicionaran al pueblo que los había elegido con un “sí” cuando se gritaba “no”. No importa que solo quedáramos tres delegados diciendo “no”. No importa que nos reunieran en salones separados para advertirnos de las consecuencias de semejante negativa para la Revolución, y que la secretaria del Partido Comunista de Cuba en Habana del Este me recordara que mi carrera de Periodismo había sido pagada por aquellos que hoy querían anexar Campo Florido a Mayabeque. No importa que yo no me preguntara, en ese instante, por qué un secretario del PCC (que no gobierna) estaba presidiendo una Asamblea del Poder Popular (que sí lo hace). No importa que los diputados a la Asamblea Nacional que nunca habían pisado Campo Florido se bajaran con sendos discursos de la importancia histórica-económica-política-social-cultural de semejante paso. El resultado fue el mismo. Consulta popular. Diez mil veces no. No un “no” unánime. Sino diez mil “no” por diez mil razones diferentes. Las razones de cada uno de los ciudadanos. Pocas veces vi tanto miedo en la mirada de un funcionario público como aquella mañana que apareció la gasolina para llegar en auto hasta Campo Florido y luego hasta el Vedado con el único objetivo de reunirse con la delegada que había enviado el informe señalando la ilegalidad de los grupos electrógenos que estaban ubicados en el Caserío de Guanabo. Las cifras de niños con asma, alergias e infecciones respiratorias agudas eran alarmantes. Pero ningún médico se atrevía a establecer una relación de causalidad. No importa que en la zona no hubiera existido nunca otra fuente contaminante. Los grupos electrógenos fueron eliminados en seis meses. Hubiera podido hacer más. Debía.

Los candidatos de 2018 tienen la oportunidad de devolver a las Asambleas Municipales su verdadero sentido. No están obligados a ser tramitadores de quejas, pueden convertirse en parte de las soluciones. Para ello, deberán renunciar en cierta medida a una agenda propia y ser leales a sus electores. Nadie pide en las asambleas de rendición de cuenta libertad de expresión, de asociación y de prensa. No significa que no las necesiten. Significa que están más preocupados por los alimentos, el abastecimiento de agua y el transporte que por libertades que les son desconocidas y, por tanto, prescindibles. Los candidatos de 2018 están para representar las demandas de sus electores. No para representar(se). Están, también, para impulsar mejores demandas por parte de sus electores. Demandas que superen lo individual y abarquen, al menos, lo comunitario.

En dos años y medio como delegada solo recibimos “recursos” una vez. En los tiempos de mi abuelo, que también fue delegado, debía velar por la distribución de demasiadas cosas. Yo, a mi cargo, tuve apenas 16 ventanas de aluminio para un edificio de 12 apartamentos. El delegado normalmente trabaja con un grupo de sujetos agrupados bajo el nombre de “Factores” donde se incluyen los presidentes de los CDR, la FMC, los campesinos (en mi caso), otras organizaciones y el Partido. Los factores se religen y se religen y se religen por quién sabe quién y llegan a convertirse en el quiste de la circunscripción. Los factores están demasiado acostumbrados a que las cosas se hagan de la misma manera en que han sido siempre. El día del otorgamiento de las ventanas, que no alcanzaban para todos, se hizo lo que cualquier persona con sentido común haría: revisar cada apartamento y cuantificar las ventanas en mal estado. Como no alcanzaban las ventanas otorgadas para suplir aquellas que estaban en mal estado se acudieron a otros criterios. Asistencia a las reuniones del CDR. Nivel de integración (lo que sea que eso signifique). Y una lista de parámetros donde el nivel de depauperación de las ventanas no aparecía. Supuse que debíamos reemplazar aquellas que estaban en peor estado, pero aquellas que estaban en peor estado eran del apartamento del “borracho”. El borracho, para los factores, no tenía derecho a las ventanas porque era borracho. Añadido el criterio de sobriedad en la pugna por las 16 ventanas supuse que era hora de hacer básicamente lo que dictaba el sentido común. Otorgué las ventanas a las personas más necesitadas según el nivel de deterioro. El borracho ocupó el primer lugar de la lista. Los factores, visiblemente descontentos, me dijeron que seguro las vendía. Siete años después, las ventanas del borracho son de aluminio. Las de la presidenta del CDR siguen siendo de madera carcomida. Quizás todavía no ha encontrado cemento para ponerlas. O quizás descubrió un mejor fin para ellas. Los factores, esas personas con las que hay que aliarse para gobernar una circunscripción, pueden ser a veces seres molestos. Y los funcionarios de las administraciones. Y tres o cuatro personajes más. Basta con recordarles alguna cosa más o menos obvia. Que de todos, usted ha sido el único electo por voto secreto y directo.

1 Comments

  1. Muy bueno,ilustrativo y didáctico y uno se llega a creér que es posible estremcer el chinchalito de la rigida burocracia politico administrativa cubanas y puede que si,puede que sea cierto que desde esa base municipal (unico oasis de genuinas elecciones) se pueda removér algo del entramado.Pero por algúna razón,siempre termino en aquel noble de Lampedusa Cuando sentenció » hace falta que todo cambie para que todo sigua igual..» (Gatopardo)..Un saludo profe.

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