El chofer precavido

A las nueve y veinte de la noche, en la calle San Lázaro, justo en la parada del transporte público más cercana al hospital Ameijeiras, las tres lámparas del alumbrado público están apagadas. Es 15 de marzo de 2017.

Minutos antes, el chofer precavido me recoge a regañadientes en el semáforo de Prado y Neptuno. No protesta por el reciente cambio en las tarifas de los taxis, sino porque la luz roja pronto será verde y si la luz pasara efectivamente a verde, y otro carro viniera, podría chocar. No para en la esquina de Prado y Neptuno, ni recoge a los cuatro pasajeros que completarían su viaje, porque es ilegal detenerse en ese sitio. Me explica que me debo situar dos cuadras más abajo, “donde está establecido oficialmente”. El chofer precavido, luego de recoger a dos pasajeros, se irrita: una señora le ha sacado la mano desde el medio de la calle. Le dice que se “eche para acá”, que si él para en medio de la calle, y viene otro auto, habrá un accidente.

El semáforo de Neptuno y Galiano está en rojo. El taxista que va delante se salta la señal y el chofer precavido vuelve a irritarse. Me cuenta que un día otro taxi hizo lo mismo y una guagua lo arrastró varios metros. “Todos murieron. No de un palo. Pero poco a poco, en el hospital”, dice. Le respondo que hay mucha gente imprudente manejando hoy en día. No recuerdo el rostro del chofer precavido. Nunca nos miramos. Nunca despega los ojos de la calle. Yo tampoco.

A las nueve y veinte de la noche del día 15 de marzo de 2017 solo hay tres lámparas apagadas en la calle San Lázaro. El alumbrado público en Línea es más irregular. En cada par hay casi siempre una apagada, primero la izquierda, luego la derecha, formando un zigzag. Si tienes suerte puedes encontrar un poste con sus dos lámparas encendidas. Una pista, Línea y Paseo.

En la calle 31 funciona diferente: un poste completamente apagado y uno completamente encendido. La parte apagada de San Lázaro, Línea y 31 tienen en común que resulta difícil distinguir lo que pasa en el suelo. El bache se confunde con el aceite o el agua que destilan los carros, o el aceite y el agua que destilan los carros se confunde con un pedazo de ropa tirado en el suelo y la ropa se confunde con un bulto y el bulto con una persona.

Cuando el chofer precavido llega a San Lázaro, justo en la parada del transporte público más cercana al hospital Amejeiras, alguien desde la acera grita “para” y nadie sabe con quién es el grito. El chofer precavido pisa el freno y una mujer pregunta dentro del taxi “qué fue eso”. Ni el chofer precavido ni yo respondemos. Porque ambos sabemos qué fue eso aunque ninguno de los dos hayamos visto.

El chofer precavido ha atropellado a un hombre que ha sido atropellado por otro carro. El primero le ha dado con tanta fuerza que el cristal del parabrisas del auto está abollado en la izquierda y lo ha dejado tirado en el suelo. Quienes esperan en la parada dividen sus opiniones entre los tres o los dos golpes. Es posible que el ómnibus P6 haya golpeado al hombre que después fue golpeado por otro auto que lo dejó tirado en el suelo justo antes de que pasara el chofer precavido y le asestara el último golpe.

Unos quieren esperar una ambulancia y no mover el cuerpo porque ya suponen lo peor. Pero alguien descubre que el cuerpo o bien porque está vivo o bien por los estertores de muerto se está moviendo. Todos tienen la suficiente experiencia esperando ambulancias como para saber que casi nunca llega a tiempo. Montan al hombre atropellado en el carro del chofer precavido y lo llevan al hospital.

Solo cinco personas en el mundo saben que esa noche el chofer precavido es efectivamente precavido. Cuatro se acaban de largar en diferentes taxis. Yo espero a la policía. Le digo que venía en el último carro, que no sé si le pasó por encima o lo golpeó, que ahí tiene mi número y mi dirección por si hace falta testificar, que no lo vimos en el suelo. El oficial me agradece y me dice que todo está muy oscuro en esa zona.

Aquellos que miren hacia arriba notarán la sinfonía discordante de luces que conforma el alumbrado público de La Habana. El 9 de julio de 2016, Marino Murillo, vicepresidente del Consejo de Ministros, anunció que una de las medidas para disminuir el impacto de la crisis energética en el sector residencial sería el “ajuste” del alumbrado público en un 50 por ciento. Nadie sabe cuántas lámparas encendidas y cuántas lámparas apagadas significa eso. Nadie sabe, tampoco, qué tan ajustadas están las zonas ajustadas. Nadie sabe por qué en San Lázaro se ajustaron precisamente las tres lámparas ubicadas en el sitio de más tránsito de personas o por qué las lámparas de Línea hacen el zigzag de la oscuridad o la razón detrás del apagón impar en la calle 31. Pero se sabe que la ciudad se planificó encendida por alguna razón. Si la ciudad debiera estar parcialmente encendida, funcionando al cincuenta por ciento, si se pudiera aumentar la distancia entre una lámpara y la otra, si se pudiera elegir encender la derecha o la izquierda, la ciudad habría sido diseñada de otra manera.

El hombre atropellado probablemente hubiera recibido el primer golpe de cualquier forma porque no se debió a la oscuridad. O el primero y el segundo si asumimos como válida la teoría que involucra al P6. Pero no el tercero. Si el hombre atropellado muere, el chofer precavido irá al mismo juicio que el hombre que lo dejó tirado en el suelo. Si el hombre atropellado efectivamente se movía después del último golpe, significa que estaba vivo o que tenía más chances de sobrevivir en ese momento. Significa que un agujero negro, decretado gubernamentalmente, le ha restado posibilidades de sobrevivir o ha acabado con su vida. Significa, básicamente, que no importaba quién vivía y quién moría cuando se jugaba el ajedrez energético en julio de 2016.

El día del juicio al chofer precavido, si hay juicio, habrá un gran ausente: el responsable de que el chofer precavido no haya podido ver.

3 Comments

  1. Sigo pensando lo mismo: «Eres una excelente narradora…literaria.» Pero al leer este «cuento documental», también he pensado que serías una «científica notable». La forma en que relacionas «verdades sensoriales» y «verdades estadísticas» es, casi, perfecta. Tal cualidad es muy difícil -¡algunos dicen que «imposible»!-, encontrarla en quienes se dedican a La Política y La Economía -¡o a esas cuestión esoterica que se llama «Poder»!-. En estos, lo más común, es encontrar otros defectos. Por ejemplo, «ser prácticos/cas» y pensar, sobre todo, en beneficios colectivos y personales cuando toma una «decisión». Pero más allá de todas estas tonterías que he escrito, te agradezco que hayas despertado, al menos por un instante, mi interés por «como usar Las Palabras» para revelar como funciona La Realidad».

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