A inaugurar la diplomacia de los carros viejos. Tienes que dejar de llevar ese Bugatti de 1926 que duerme en tu porche a Japón, Italia y San Francisco, porque ese Bugatti en Japón, Italia y San Francisco, entre tanto auto nuevo pululando en la ciudad no pinta nada. Se siente apenas una criatura exótica que divierte a gente vintage, esa que exhibe teléfonos de cable en casa, y máquinas de escribir y se viste a la moda de los ´60 con precios de los 2000 y diseños wannabe de Urban Outfitters.
Pero tienes que creértelo, Sarah. ¿Te acuerdas cuando vimos esa foto del Malecón? Ahora imagínate el Malecón cerrado, como en los carnavales de La Habana, que son un desastre y, para los cínicos, es la manera de controlar el exceso de población. Imagínate ese Malecón lleno de carros viejos desfilando uno detrás de otro, sin banderas, sin nacionalismos baratos, que la procesión – cuando está – se lleva por dentro, no hay que andar gritándola a cada segundo.
Imagínate, Sarah, a tu Bugatti del 26 entre ellos, tan limpiecito, tan bien cuidado. Y al primer buque americano anclado en el puerto tras más de 50 años con los contenedores de autos listos para ser exhibidos. Imagínate a sus homólogos cubanos que han sobrevivido, y a sus dueños sudorosos y cansados que los mantienen rodando como única forma de supervivencia económica y no por cierto placer de conservación patrimonial. Tú que entiendes el lenguaje de los autos viejos que se resisten a morir, tú quizás podrías aprender más de historia de Cuba revolcando las piezas debajo de los capós, que escuchando una perorata en el Museo de la Revolución.
Vayamos ahora al espectáculo, que debe estar cargado de simbolismo, Sarah. Pidamos que un chofer cubano conduzca los autos de los estadounidenses y viceversa. Ese presidente tuyo va a enloquecer. Ya me lo imagino abriendo un nuevo programa dentro de la licencia general. Y tendremos los contactos carro-a-carro (car to car), que son mejor incluso que los pueblo a pueblo (people-to-people) porque los carros no se equivocan con la historia, ni la reinterpretan a su gusto. Los carros viejos en Cuba son ya, para siempre, la Historia.