Reinaldo me fue a buscar al lobby de un hotel de nombre impronunciable en Estocolmo y no me encontró. Reinaldo llegó puntual, a las nueve, y yo no estaba allí. Él no tenía por qué saber que no me acababa de adaptar al horario y que durante el día había tenido que hacer malabares para permanecer despierta. A los cubanos, cuando se nos paga el viaje, nos entra el síndrome de la responsabilidad histórica, y permanecemos atentos a las conferencias aunque querramos escaparnos al baño limpísimo donde se celebran y tirarnos a dormir en el piso una hora. Está demostrado que nadie nos echa de menos.
El resultado de tanta vigilia fue desastroso. Cuando llegué al hotel a las 8 y media, después de haber quedado con Reinaldo en bajar al lobby a las nueve, me acosté en la cama y no resucité hasta las once. A las once de la noche en Estocolmo es de día, no ese día con sol de Cuba, sino un día que da lo mismo la hora que sea… se siente básicamente igual para el que viene de fuera. Abrí Internet y busqué la hora en Estocolmo. Los que me conocen, saben que cuando estoy en un hotel puedo ser capaz de hacer las búsquedas más disparatadas en Google. Cómo abrir una ducha en Washington. Cómo encender un aire acondicionado en Rio… Y cómo se me pudo pasar la hora de la cita con Reinaldo.
Dice Reinaldo en un correo que uno nunca debe dejar a nadie esperando más de cinco minutos en un país frío. El aire se te cuela por las rendijas que no puedes esconder con trapos de tela y te retuerce del dolor. A nosotros, acostumbrados al sancocho corporal que nos deja el sol, el frío de la primavera de Estocolmo nos corta la respiración.
No recuerdo exactamente cuándo comenzó Reinaldo a comentar en este espacio, quizás fue en los días de Tarará, donde respiraba Internet a cada instante; pero tenía cercano su correo donde me contaba que debía irse a celebrar «esa sonsera meramente comercial y mojigata que se llama Navidad en un pueblo cercano a Noruega». Por eso le escribí y le dije que pasaría por Estocolmo, que queda cerca de Noruega y luego me dormí el día de la cita.
En agosto de 2012 Reinaldo escribió en su blog un post sobre el fin de La Polémica Digital. «Ella dice agradecer a los lectores que durante estos cinco años han participado en su blog, incluso llama una suerte el haber conocido a algunos (…) En mi caso, no creo ser el pollo de su arroz amarillo y tal vez haya sido mejor el no haberla conocido, pero siempre quedará La Habana y allí todo es posible». Yo no me habría enterado si no hubiera escrito la disculpa más idiota de mi vida. «Te dejé un mensaje en tu Facebook que pensaba ibas a ver en tiempo porque supuse que tenías Internet en el celular».
Reinaldo, que es un buen tipo, reprogramó la cita para el día siguiente y me trajo tres posts de regalo. Yo me las arreglé para permanecer despierta. O eso creo. Me llevó a un bar parecido al sitio que yo «frecuento en La Habana» donde debían tener la cerveza más barata de todo el país. Le conté que me gustaba tomar los metros y bastante jugo de naranja. Me dio su pase de abordar, viajamos dos paradas, y nos bajamos en una calle que desembocaba en el mar. El termómetro marcaba cinco grados.
Me contó que pasó por Alemania en el maletero de un auto hacía ya doce años. Un amigo compró un carro de colores ridículos y cruzó antes para llamar la atención de los policías. Cuando tocó el turno de las mujeres, los oficiales estaban demasiado ocupados con el auto anterior. Llegó a Suecia por carretera y lo enviaron a un alojamiento fuera de la ciudad. «Allí me pusieron con los árabes». Reinaldo había luchado en Angola. No es raro que implorara entonces estar con los africanos. Una mañana se largó de aquel sitio y empezó a vagar por la ciudad hasta conseguir empleo, casa, comida y familia.
Reinaldo se quita el saco mientras cuenta su historia y me lo pasa por encima de los hombros. Saca una bufanda del bolsillo y me la pone en el cuello en señal de paz. Se ríe y con ironía me recuerda «el embarque» del día anterior. Yo tartamudeo y le repito que le dejé un mensaje en Facebook para que lo viera desde su celular. Reinaldo saca un Motorola viejísimo y me pregunta si cree que allí pueda tener Internet. «Cuando cumpla diez años, por este tareco me dan uno nuevo y un montón de dinero». «¿Y puedes estar sin Internet en el teléfono?» «Claro, siempre que lo decida yo».
Detrás de cada bufanda hay un buen tipo,como en las peliculas.
El frío de por aca.
Reinaldo saca un Motorola viejísimo y me pregunta si cree que allí pueda tener Internet. “Cuando cumpla diez años, por este tareco me dan uno nuevo y un montón de dinero”. “¿Y puedes estar sin Internet en el teléfono?” “Claro, siempre que lo decida yo”.
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Eso si que es raro, yo estoy tan acostumbrado a la internet del teléfono que ya la PC me parace un mastodonte incomodo en el medio de la sala acumulando polvo, hasta las compras de navidades las hago por el teléfono, además la comodidad y facilidad de llevar la internet en tu bolsillo en cualquier parte que estes o lugar, realmente no tiene precio, revisar tus correos, mensajes, cuenta bancaria, buscar artículos y mirar precios en Ebay o Amazon al momento y no tener que esperar a llegar a casa para prender la PC, es el equivalente a preferir tener teléfono fijo en casa en vez de un celular en el bolsillo.