
Él es John, el taxista. Cuando en junio de 2012 inundamos Nairobi de blogueros y activistas digitales de casi todos los países del mundo él estuvo junto a nosotros. La última tarde de la cumbre de Global Voices, el grupo que cubre el Caribe hispanohablante pasó de la conferencia por unanimidad. Le pedimos a John que nos llevara a conocer la ciudad y a comprar souvenirs. Leones, jirafas y esas extranjerías.
John nos explicó cómo se compraba en los mercados. El vendedor tomaba un papel y un lápiz y te preguntaba si sabías “bargaining” y yo que “no idea” y el que “I put a number and you put a number”. John nos había avisado que no compráramos nada hasta que él viera el precio. Se encargaría de cuidarnos de los timadores locales. Algunos amigos nos decían que pusiéramos números absolutamente ridículos mientras regateábamos.
Cuando escogí un elefante, un hipopótamo y tres cebras no supe qué precio escribir. La moneda local estaba tan devaluada que por un dólar te daban 75 chilins. Y ya al vendedor se le acababa la paciencia cuando escribí 1.000. Y el que 5.000. Y yo que si estaba loco, que eso era más dinero del que me quedaba en el hotel. Y el que venirse a encontrar una cubana en Nairobi era lo último. Y tachamos todo aquello y volvimos a empezar.
El precio se ajustó en 2.000 y a John le pareció justo. Tomé mis regalos y me largué. Fuimos a un centro comercial cercano e intentamos pasar. Había guardias afuera que nos revisaron con detenimiento. Pasaron un detector de metales entre las piernas y tuvimos que abrir los bolsos. En ese momento, me pareció ridículo y exótico.
Cuando regresamos de vuelta al hotel, repitieron la misma operación. Pasaron un detector por debajo del auto. Le pregunté a John por qué hacían aquello en todos lados. Me respondió que eran comunes los atentados con bombas caseras y los tiroteos, más allí que estaba cerca del sitio de Naciones Unidas que recibía a refugiados somalíes. No presté mucha atención.
Ayer supimos de un horrible atentado en un centro comercial en Nairobi que dejó al menos 68 muertos. El equipo de Global Voices contactó con los blogueros en el lugar para saber si estaban a salvo. Yo recordé a John. El último día, antes de dejarnos en el aeropuerto, nos regaló una tarjeta “por si volvíamos a Kenya algún día”. Ni siquiera la guardé porque sabía que nunca tendría el dinero para regresar. La tarjeta tenía su correo electrónico, única forma de comunicarnos cuando atravesara el océano.
Los atentados terroristas no tienen ninguna justificación; pero cuando se hacen en nombre de una religión tiene todavía menos justificación, ya que la religión debe fomentar el amor en lugar de la confrontación.
El atentado lo ha reinvindicado el grupo islamista radical somalí Al Shabab.
En fin, hay que tomar nota, especialmente de los países gobernados por islamistas radicales, tal como Irán donde ahorcan a los homosexuales y lapidan a las mujeres acusadas de adulterio. Más que nada para saber que gobiernos NO pueden ser amigos.
N hay nadie de GV en Kenya? A lo mejor moviéndo la info entre los tuiteros pueden dar con él.
R
Dame mas senas o datos y te lo encuentro, vivo aqui en kenya, no seria tan dificil encontrarlo saludos.