Conversación de una noche no tan de verano

Por: Elaine Díaz Rodríguez (especial para BloggersCuba)

Un amigo cuenta que en la provincia de Camaguey no hay casi profesores de Educación Física. «Todos se han ido para otros sectores donde ganan más y los que quedan están buscando la vía para salir a Venezuela u otro país de colaboración». Me llama la atención el tema. Los maestros del mañana son una preocupación legítima para cualquiera que se preocupe por el futuro de la nación.

¿Cómo arreglarías eso?, le pregunto. Me mira con cara de «¿por qué tengo que arreglarlo yo?», pero acepta el reto. Interesante la conversación cuando intervienen más de dos. Contrario a lo que pienso, esta vez no habrán gritos ni apasionamientos. Cada cual espera su turno para hablar. Autorregulación a pulso.

«No se trata solo del salario. Aunque le pagues mil pesos seguirán pensando igual», dice una abogada. Y es cierto, la figura del maestro como la de muchos profesionales cubanos ha perdido su valor. Ser camarera, dependiente o chef de cocina puede convertirse en el sueño dorado de muchos jóvenes hoy, y de otros no tan jóvenes.

Muchos se aventuran cuando de determinar las causas del problema se trata. Poco valor del trabajo, corrupción, falta de comunicación entre las esferas superiores y los trabajadores, doble moral y una lista amplia de etcéteras.

Sin embargo, el ejercicio mental que supone resolver el problema en el caso ideal de que tuvieras poder de decisión real es impensable para algunos ciudadanos que no se sienten como parte de la toma de decisiones en su centro de trabajo, mucho menos en su país.

Del tema de los profesores de Educación Física queda poco. Ahora todos hablan de lo que se puede hacer con el salario -o mejor, de lo que no se puede hacer-, y de allí vamos directo hacia el 240% en los productos de las tiendas y la doble moneda y la alimentación -con el consiguiente guiño al marabú- y al análisis de las leyes salariales.

Pero el ambiente da un giro de 180 grados. Ya no se trata de las habituales quejas. Los que están compartiendo experiencias de pronto quieren ser parte de la solución del problema y no solo limitarse a denunciarlo.

Vuelve el tema de los profesionales y algunos muestran disgusto por los programas de universalización de la Educación Superior. El consabido «todos no pueden ser universitarios, ¿quién va a sembrar la tierra?», inunda el ambiente. Otros mencionan a los presos, muchos de los cuales se han reinsertado en la vida laboral gracias a cursos recibidos durante su estancia en las prisiones. «El hombre se forma trabajando. Yo no les daría libretas, más bien los mandaría a sembrar los campos», dice alguien.

Pienso en Carlitos. Tengo una agenda de notas amarilla. Allí escribo durante la noche los temas de los posts. Está llena de ideas, algunas ya concluidas, otras en espera de las ganas. Las ocho letras de su nombre son las primeras que veo cuando abro la libreta. Sin embargo, todavía no me reconcilio con él. Hasta hoy.

Carlitos robaba caballos, o al menos andaba con aquellos que sí lo hacían. No sé si tuvo algo que ver con la misteriosa desaparición del viejo «Carmelita» de mi tío. Un día, después de casi ocho años seguidos, regresé de la Universidad y ya no lo vi más. Había desaparecido, como muchos otros en el mismo lugar. Y de nada valió los días que lo buscamos. Solía contarle a mis compañeros de la universidad que «Carmelita» había sido secuestrado. Los caballos de otros vecinos aparecían milagrosamente cuando se cambiaban por 2 o 3 mil pesos. Pero «Carmelita» nunca regresó.

Hace unas semanas, mi mamá me dijo que estaba repasando a Carlitos. Estaba estudiando para Trabajador Social y lo ayudaba con una composición sobre algunos casos de niños que tenían mala atención de los padres. Carlitos tenía una computadora en su casa y no era gracias a la remesa de su hermano en Estados Unidos. Se la habían dado hasta que terminara de estudiar.

Recordé mis noches en un laboratorio y las de mis amigos para terminar nuestras tesis, sin hadas madrinas que pusieran esos implementos en nuestros cuartos. Y me ganó la cólera.

Hoy, escuchando aquello de los presos para el campo, pensé en Carlitos. Y me reconcilié con la idea de que él tuviera una computadora en casa y yo no. Si la hubiera tenido antes, quizás yo estaría disfrutando de la vejez de «Carmelita». No sé. Ahora se le ve feliz ayudando a algunos niños. Y eso me hace repensarlo todo.

Aún falta mucho para encontrar «la solución». Ni siquiera sé si pequeñas soluciones como estas ayudarán a largo plazo, pero si consiguen salvar del futuro de algunas personas, pues entonces cargo con mi cuota de responsabilidad. Cuando escucha sobre Carlitos, ya mi amigo no está tan seguro de que sean los presos quienes deban cortar el marabú de los campos cubanos.

¿Qué hacer?. No sé. No hay respuestas para esto. Ideas muchas. Alguien decía que debían mandar a los cubanos para otros países de América Latina, luego podar la Isla completa y volverla a reconstruir de principio a fin. Esto no parece posible en el mundo real pero… ¿qué tal si la seguimos reconstruyendo con esos mismos que mi amigo quiere exportar para Latinoamérica?